Hay una frase bien conocida entre quienes estudiamos Relaciones Internacionales: “Israel es un país que ataca como Estado y se defiende como religión”. Esta frase parecería sintetizar su política exterior, la cual radica en continuar su proceso expansivo en Palestina y Cisjordania -aun en contra de las resoluciones de la ONU, mismas que le dieron vida como país- al tiempo que acusa de antisemitismo a cualquier actor internacional que le exija una rendición de cuentas por sus actos de guerra.
La creación del Israel como Estado moderno después de la Segunda Guerra Mundial, como resultado de que el sionismo fuera apoyado por la llamada Comunidad Internacional -en parte por un sentido de culpa por el Holocausto y en parte por un interés de Occidente en Medio Oriente- podría leerse como una de las mayores victorias del llamado mundo libre, que con esa decisión puso en práctica su propia versión de fascismo.
Israel, en esencia, es un importante enclave de Occidente en el mundo árabe y musulmán, el cual ha sido históricamente adverso a los valores de las auto nombradas democracias liberales, el mantenimiento de Israel como país fuerte en Medio Oriente, es un asunto de seguridad internacional y relevancia geopolítica para países y regiones como Estados Unidos y la Unión Europea, y una afrenta para países como Irán.
Israel siempre da de qué hablar, y es que su existencia en Medio Oriente supone una constante tensión cultural y política en la región, como cualquier tensión geopolítica, esta tiende a estallar en algún punto. El pasado 7 de octubre, con el ataque del grupo Hamas a Israel, se dio una escalada de violencia con pocos precedentes, que activó las alertas internacionales, el ataque fue respondido por Israel de forma brutal y asimétrica, arremetiendo incluso contra población civil. El conflicto Israelí-Palestino, desde entonces, ha llenado las primeras planas de las secciones internacionales de los medios.
Occidente, sin lugar a dudas, es una región contractual, estatutaria y jurídica, la cultura de los tratados y de las leyes se puede ver con el código francés y el derecho romano. Esta forma de organización fue desplegada por el mundo a través de los procesos coloniales y bélicos de los que Occidente se hacía vencedor y en los que imponía sus modelos políticos y jurídicos.
La cultura jurídica de Occidente, alcanzó su epítome con su legitimación internacional tras la creación de la ONU en 1945, la firma de resoluciones, acuerdos y tratados. Asimismo, se crearon la Corte Internacional de Justicia y la Corte Penal Internacional, en diferentes formas y con mecanismos diversos, ambos organismos intentan regular desde el ámbito jurídico a las relaciones entre Estados, incluidas las relaciones de guerra.
Estas cortes, junto a los derechos y artículos que de ellas emanan, tratan de establecer un marco jurídico a hechos tan antijurídicos como la guerra, la ironía se narra sola. La regulación de la guerra es una fantasía liberal que ni siquiera los países liberales respetan, pues la guerra, al ser la mayor expresión de violencia de la cultura, termina por ser la forma más desnuda del salvajismo humano.
Organizaciones como Amnistía Internacional, la Cruz Roja y personajes como Antonio Guterres, actual Secretario General de la ONU, han calificado las acciones de Israel en Gaza, como actos de guerra, de crueldad y de genocidio. Más allá de que estas mismas organizaciones formen parte del propio andamiaje del mundo liberal y de que sus críticas estén impedidas de ir más allá de la propia retórica discursiva, nos ofrecen una visión más amplia del estatus quo en esa región del mismo, un estatus cruel que deshumaniza.
Lo que sucede entre Israel y Palestina no es un conflicto meramente regional, a pesar de que Occidente no toma parte activa del conflicto -y probablemente no lo haga-, sí lo hace de forma pasiva a través de su retórica, que, por un lado, condena de forma oficialista o mediática a las acciones bélicas desmedidas que Israel emprende en territorio Palestino, pero que, por otro lado, pone a prueba su propio andamiaje jurídico/discursivo y mira cómo este se desmorona ante una realidad que ya no lo puede sostener.
Lo pone a prueba porque por más robusto que este andamiaje liberal sea como producto del triunfo liberal tras la Gran Guerra, existe un límite de lo que se puede hacer con él y de las omisiones y violaciones que puede tolerar a su propia normativa. Israel y Gaza es el conflicto en el que el derecho y dignidad humana liberales podrán establecerse como verdaderas correspondencias con la realidad, en el que el concepto responderá a su significado no solo en las palabras, sino en las acciones, aunque, lamentablemente, Occidente parece ser víctima de su propio laberinto, ello significa un ahogamiento entre significado y concepto, y una serie de omisiones de derecho internacional en Gaza, lo que se traduce en un genocidio en la práctica,
El actuar de Israel no es lo sorprendente, la categoría de Estado y todo lo que este concepto conlleva como formación política moderna, supone una naturaleza agresiva, desmedida y pragmática. Israel está siendo lo que desde sus orígenes ha sido, un Estado depredador. El beneplácito de Occidente, hipócrita y pragmático, tampoco sorprende, pero las repercusiones a su legitimidad como hegemonía interesan, pues llega un momento en el que la falta de correspondencia entre palabras y acciones, cobran su deuda.
La hipocresía política es, en mi opinión, la cruz del mal llamado mundo libre, la cual obliga a cumplir aquello que ellos mismos jamás aceptarían para sí mismos y condonan aquello que se alinea a sus intereses, sin importar que esto sea un embate a su razón de ser, en este sentido, podría decirse que la figura del Estado liberal, es incompatible con la figura del estado de derecho internacional, las cuales se tensan constantemente entre las leyes, la retórica, las acciones y las omisiones.
Occidente se enfrenta a su propio laberinto en Israel y Gaza, su deterioro como cultura hegemónica ha sido visible desde el arribo de los populismos a sus propios gobiernos, su creado orden mundial está cuestionado por otros países en pleno ascenso como China o India, cuyos modelos de organización se hacen cada vez más atractivos para otros países.
Lo que sucede en Gaza es, quizá, una de las últimas oportunidades del llamado mundo libre por restablecer una perdida conexión entre su retórica liberal y su accionar, de lo contrario, no solo seremos testigos de una de las mayores tragedias del siglo XXI, sino también testigos del inevitable declive occidental.