
Olinia: el Proyecto más innovador del Gobierno de Claudia Sheinbaum
“El futuro de la movilidad en México tiene nombre: ‘Olinia’. Conoce cómo este auto eléctrico 100% mexicano busca revolucionar el mercado y competir con las marcas chinas.
El 07 de octubre de 2023 el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamas, por las siglas árabes para Harakat al-Muqawama al-Islamiya) junto con otros grupos de resistencia rompen el bloqueo de la Franja de Gaza y avanzan hacia territorio palestino ocupado por el régimen israelí por las tres principales vías: tierra, mar y aire. Con más de una hora de retraso, el ejército israelí respondió y, horas más tarde, el primer ministro declaró “estamos en guerra” comenzando una ola de bombardeos indiscrimados. Se procedió al redoblamiento del bloqueo total ya no sólo de las fronteras sino sobre toda la Franja de Gaza y la orden de evacuar la parte norte y expulsar a sus habitantes hacia el sur, con la frontera de Egipto.
De ese hecho, ha pasado un año y la situación continúa in crescendo hacia una explosión de proporciones regionales superiores al involucrar a diversos actores tanto estatales como no estatales. Del balance general sobre este hecho abordaremos en el presente escrito con la información al cierre de esta publicación.
Desde las Naciones Unidas (ONU), el Comité sobre los Derechos del Niño ha señalado y condenado -en los términos más enérgicos- los diversos ataques del régimen israelí en contra de objetivos civiles en la Franja de Gaza que han causado la muerte de más de 16,756 niños y, al menos 6,168 niños heridos entre el 7 de octubre de 2023 y el 10 de septiembre de 2024 (sin dejar de mencionar los que mueren bajo los escombros y que han sido difíciles de recuperar, debido al incesante bombardeo). Además, se han cometido violaciones masivas “sin precedentes” con cerca de un millón de personas desplazadas, 21 mil desaparecidos, 20 mil niños que han perdido a uno o ambos progenitores y 17 mil se encuentran solos o separados de sus familias.
Esta forma de operar contrasta con los límites que impone el Derecho Internacional, el Derecho Internacional Humanitario, la Carta de Naciones Unidas, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, por señalar sólo algunos instrumentos de civilidad y cordialidad entre las naciones. Además, de los límites éticos y la moral que conlleva cada pauta religiosa expresada en los libros sagrados a los que se recurre a menudo.
Hay que detallar que no se trata de una guerra entre dos estados, entre partes iguales o con una equivalencia, sino que es una confrontación de una entidad -reconocida limitadamente como estado- que cuenta con un arsenal importante de armas, acceso a la más alta tecnología de guerra y el presupuesto de “defensa” que ocupa casi el 5 % de su PIB nacional, lo que significa que, para 2022, un año antes, de la gran devastación gazatí, equivalía a 2, 326 euros por habitante, en un país de 9,558 millones (2022) y según el SIPRI lo coloca en el puesto 17 del ranking mundial. Frente a una milicia que se ha hecho de recursos a partir de una serie de donativos irregulares y de difícil rastreo debido a las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea por considerarla terrorista, según sus parámetros de clasificación. A pesar que es el grupo político que gobierna la Franja de Gaza desde 2006 por voto popular, en un reconocido ejercicio democrático (paradójicamente, que ahora se rechaza).
La Franja de Gaza es un territorio de 365 km² y una población de 2 ‘047,969 habitantes hasta antes del 07 de octubre, lo que otorga una densidad de 5,046 hab./km y que desde 2007 se encuentra bajo un bloqueo terrestre, aéreo y marítimo impuesto por el régimen israelí (y Egipto), una forma de “ocupación indirecta”, después de la retirada unilateral de Tel Aviv en 2005. El 80 % de la población sobrevivía de la asistencia internacional, según datos de la UNCTAD.
Esta situación de la vida diaria en Gaza, sumado a la histórica usurpación de la totalidad del territorio palestino y la constante lucha por los asentamientos israelíes en Cisjordania, fueron los elementos que armaron la operación “Diluvio de al-Aqsa” que llevaron a tomar como rehenes a 252 personas y murieran 1, 170 personas. Estos serían los elementos que llevarían a unas negociaciones y/o un intercambio de prisioneros palestinos en las cárceles del régimen israelí. Sin embargo, no fue así. La respuesta fue la guerra total, el castigo colectivo, la limpieza étnica, la profundización del desplazamiento y el despojo del territorio.
Los primeros pasos han sido la destrucción de casas-habitación, hospitales, escuelas y campamentos de refugiados, con población civil y ajena a todo tipo de hostilidad militar, esto ha generado una enorme crisis humanitaria. Las Brigadas al-Qassam, el brazo armado de Hamas, encargado de la protección en equivalencia a un ejército nacional, han sostenido la batalla en el plano de la asimetría total y la parcialidad internacional.
Estas acciones han sido parte de una amplia guerra híbrida donde no sólo se usan medios militares sino una distorsión de la realidad a través de los medios de comunicación al grado de difundir apologías a las acciones israelíes y condenas al movimiento de resistencia. En este sentido, el régimen israelí ha estructurado una narrativa que borra toda cuestión histórica bajo la política de “hechos consumados” y, aún peor, de una instrumentalización de la religión para obtención de sus intereses políticos nacionales.
Ningún actor internacional ha quedado al margen del conflicto, existe un claro posicionamiento de todos ellos. Aquí un breve recuento de sus posicionamientos:
El conflicto de Gaza es el resultado de un fracaso político y moral colectivo, por el que los pueblos israelí y palestino están pagando ahora un alto precio. Este precio seguirá aumentando si no actuamos. Es el resultado de la incapacidad de la comunidad internacional para resolver la cuestión israelo-palestina. Durante décadas, la comunidad internacional ha apoyado formalmente una solución basada en dos Estados, pero no ha logrado poner en marcha la hoja de ruta que permitiría alcanzarla.
El núcleo del conflicto israel-palestino es un problema nacional: el de dos pueblos que tienen derecho legítimo a existir en la misma tierra. Por lo tanto, deben compartir esa tierra. Hace treinta años, en la época de Oslo, israelíes y palestinos acordaron cómo compartirla. Pero este acuerdo no se aplicó. Y desde entonces, en ambas partes, las fuerzas de la negación han seguido creciendo, impulsadas por el orgullo desmedido de algunos y la desesperación de otros.
La colonización ilegal de Cisjordania y la violencia contra los palestinos han aumentado impunemente. Se volvieron aún más brutales después del 7 de octubre. Hace treinta años había 270.000 colonos en Cisjordania. Hoy, hay más de 700.000. Y el territorio palestino se ha dividido en un archipiélago de zonas inconexas, lo que hace mucho más difícil aplicar la solución de dos Estados que la comunidad internacional lleva 76 años reclamando.
El año pasado murieron 154 palestinos y 20 israelíes en Cisjordania. Este año, la cifra ha aumentado ya a casi 400 palestinos y una treintena de israelíes. En Palestina, la total falta de perspectiva ha provocado la marginación de las fuerzas moderadas en favor de los radicales movidos por el odio.
La estrategia militar de “Israel” debe respetar el derecho internacional y evitar, en la medida de lo posible, la muerte y el sufrimiento de civiles. Cortar el suministro de agua, alimentos, electricidad y combustible a toda una población civil sitiada es inaceptable. La magnitud de los bombardeos es también extremadamente preocupante.
El Secretario General de la Organización de Cooperación Islámica, Sr. Hissein Brahim Taha, destacó la importancia de la coalición internacional para implementar la solución de dos Estados, que fue anunciada por Su Alteza el Príncipe Faisal Bin Farhan, Ministro de Asuntos Exteriores del Reino de Arabia Saudita, durante la reunión de alto nivel celebrada en el marco de la Asamblea General de las Naciones Unidas, bajo los auspicios del Comité Ministerial Árabe-Islámico y la Unión Europea.
Hizo un llamamiento a todos los países a sumarse a esta histórica iniciativa política, que constituye una red de protección política para la visión de la solución de dos Estados de conformidad con el derecho internacional, la Carta de las Naciones Unidas y sus resoluciones, y encarna un compromiso de apoyar los esfuerzos encaminados a poner fin a la ocupación israelí, establecer el Estado palestino y lograr una paz justa, amplia y duradera en la región.
También renovó su llamado a los países que no han reconocido al Estado de Palestina a que se apresuren a sumarse al consenso internacional representado por 149 países que reconocen a Palestina y apoyen su derecho a obtener la membresía plena en las Naciones Unidas, de manera que se fortalezca su legitimidad y su estatus político y jurídico, se contribuya a establecer los derechos inalienables del pueblo palestino, incluido su derecho a la libre determinación, y se concrete el establecimiento de su Estado independiente y soberano en las líneas del 4 de junio de 1967, con capital Al Quds Al Shareef.
Como podemos observar, el conflicto ha atraído la atención de múltiples actores globales y regionales, cada uno con sus propias agendas e intereses. La situación es volátil y el papel de éstos actores puede cambiar en la medida que se desarrollan los acontecimientos. Los diversos enfoques y posicionamientos tanto analíticos como políticos reflejan la complejidad de los eventos y las múltiples dimensiones involucradas; sin embargo, hemos constatado -en tiempo real e inmediato- que las acciones militares contra civiles por parte del ejército israelí ha resultado en un alto costo humano y, en consecuencia, una crisis humanitaria (definida en términos del DIH y el CICR -Comité Internacional de la Cruz Roja- ) sin precedentes en Gaza, además de aumentar las tensiones políticas y sociales en lo largo de la región y en el ámbito internacional.
De manera paralela, mientras se destruye Gaza, en Cisjordania continúan la construcción y expansión de asentamientos israelíes, lo que viola, expresamente, la Cuarta Convención de Ginebra, que prohíbe la transferencia de población civil a territorios ocupados. Al interior de la ciudad de Jerusalén (al-Quds, en árabe, literalmente “La Santa”), en su parte Este, reclamada como capital de un futuro Estado Palestino Libre e Independiente, las autoridades de ocupación israelí han llevado desalojos forzados de familias palestinas enteras, concretamente, el área de Sheij Jarrah, lo que se suma al atropello y violación de todas las formas de derechos internacionales vigentes. Se suma a esta situación lamentable de larga data (76 años desde la declaración de “independencia” y la Nakba), las detenciones arbitrarias de palestinos, así como el uso de la tortura y condiciones inhumanas en prisiones israelíes.
El régimen israelí ha construido una amplia narrativa que por un lado legitima su actuación y, por otro, deshumaniza y desconoce las razones de la permanencia palestina en territorio usurpado. Respecto al primer punto, Tel Aviv, desde sus diferentes actores político-sociales y religiosos argumentan su “derecho de ocupar” el territorio palestino a partir de una lectura de las escrituras religiosas propias que los “devuelven” a su patria histórica (espiritual), después de la amplia diáspora por el mundo y la persecución cristiana-europea (incluídos la shoá, término en hebreo moderno para el holocausto), esta situación se origina en los inicios del movimiento nacionalista de Europa del Este de fines del siglo XIX denominado sionismo. Y, luego, cuando concita las intereses coloniales en la región del Imperio Británico (a partir de la Declaración Balfour) y se cuela entre el reparto de las potencias aliadas tras la IIGM, el movimiento sionista se propone ocupar el territorio palestino y, con ello, desplazar y “limpiar” el espacio de habitantes autóctonos para ser reemplasados por migrantes judíos de todo el mundo.
Tras la declaración de “independencia” (¿de quién?), el sionismo se constituye como “Estado” y es reconocido por un limitado grupo de países dentro de la ONU, entre ellos, las superpotencias de la época: Estados Unidos y la URSS, que apoyaron el plan de partición de Palestina. A partir de este momento, el “derecho de ocupación” pasó a considerar, también, el “derecho a existir”, sobre todo, después de la resistencia que realizaron los estados árabes tras la negativa de aceptar esta imposición colonial en formato de enclave.
Desde entonces, el régimen se ha constituido como “un Estado bajo amenaza de guerra permanente” lo que lo llevó a no establecer una constitución política, a no poseer unas fronteras estables y reconocidas y una incesante acumulación de armas para utilizarlas en cuanto sea necesario. En cada episodio de conflicto directo, los dirigentes israelíes utilizan la situación para consolidar apoyo interno, presentándose como un defensor de la seguridad nacional ante las amenazas percibidas por los movimientos que buscan romper el ciclo de ocupación.
Asimismo, se impidió la existencia de un “Estado Palestino” y la negación de la existencia de palestinos (personas, territorio, cultura, historia y religión). Se ha catalogado a los árabes musulmanes palestinos como “terroristas”, sobre todo, durante los conflictos y contra los dirigentes de los grupos de resistencia anticolonial (lo que a menudo se extiende a la percepción general de la población palestina en situaciones de violencia). Cuando hay una protesta popular se les denomina “incitadores”, en todo momento con connotaciones negativas y deshumanizantes.
A un año del inicio del “Diluvio de al-Aqsa”, no hay un acuerdo de paz a la vista. No se reconocen a los negociadores en términos de igualdad. Hay una guerra híbrida en donde la guerra por dominar la consciencia a través de los medios de comunicación son pieza fundamental para imponer narrativas complejas. Hay una instrumentalización de la religión, sus símbolos y sus imágenes. Una pretensión permanente de expansión territorial, previa guerra regional ampliada. Del mismo modo, significó un punto de inflexión para Hamas y todo el “eje de la resistencia”, reforzando su postura ideológica y solidificando alianzas y provocando reacciones significativas a nivel regional y global. En conjunto, la postura árabe e islámica enfatiza el apoyo a Hamas como un actor de resistencia, la unidad entre los palestinos y una fuerte condena a las acciones de Tel Aviv. Al mismo tiempo, hay voces que abogan por la paz y la resolución del conflicto a través de medios no violentos y el acceso irrestricto a la ayuda humanitaria. La necesidad de una solución sostenible se vuelve urgente a medida que los efectos del conflicto se profundizan; no obstante, en la mesa de negociaciones no se encuentran los afectados palestinos de ninguna área: Gaza, Cisjordania o Palestina en general, o los refugiados a lo largo del mundo (la diáspora palestina).
El “Diluvio de al-Aqsa” vuelve a colocar la Causa Palestina como centro de la discusión de la región y la convierte en brújula moral de la humanidad. Se inserta en el momento histórico de transición donde el poder hegemónico está en declive y el nuevo orden mundial no nace aún.
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Maestro en Relaciones Internacionales, especializado en Geopolítica, Islam y Medio Oriente.
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